En el episodio anterior contamos cómo se desarrolló la toma de Ronda por el rey Fernando y el séquito de nobles que le acompañaba con un imponente ejército, donde las novedosas armas de artillería fueron clave para la victoria.
Fernando no deseaba hacer más sangre que la necesaria. Les exigió a los moros otra condición: que le entregaran los cristianos cautivos que hubiera en Ronda.
Era jueves. El domingo siguiente, de Pentecostés, día 22 de mayo de 1485, entregaron la ciudad al rey, que les dio quince días de plazo para salir de Ronda hacia donde quisieran. Cumplido ese plazo salieron unos hacia Alcalá del Río y otros lugares de Andalucía con sus bestias, sus bienes y su tristeza, expoliados por los cristianos, arrojados de su ciudad tan noble y tan bonita.
Una vez conquistada Ronda el rey pone los ojos en Marbella. Había que ir a la ribera del Mediterráneo desde las sierras rondeñas. Era necesario hacerlo para cerrar las salidas a Málaga. Así harían imposible que recibieran ayudas desde África.
Desde Ronda hasta Marbella había un camino imposible de transitar por los grandes ejércitos. Solamente cabras u hombres caminando a pie podrían aventurarse a hacer el camino desde una a otra ciudad. Debieron ser bastante escépticos acerca de la probabilidad de que unos ejércitos tan tremendos como los que habían tomado Ronda pudieran desplazarse hasta Marbella., pero llegaron hasta allí.