En el anterior episodio nos quedamos en que, tras la toma de Granada, la reina Isabel reúne de nuevo a su Consejo Real para que dictamine, por última vez, la viabilidad del proyecto colombino. Habida cuenta el dictamen adverso de la mayoría de sus consejeros, frente a ello no resultaba prudente seguir manteniendo una situación que a nadie beneficiaba, y menos que a otros a Colón, impaciente por encontrar otras ayudas para su empresa. Ella había hecho en favor del pobre marino todo lo que buenamente pudo, manteniéndolo en su corte a despecho de un ambiente hostil, nada propicio. Pero ya no podía seguir sosteniéndolo.
Todo parecía definitivamente perdido. Sin embargo, en aquellos momentos críticos, en el último instante, la providencial intervención de algunos amigos del aventurero cerca de los soberanos iba a cambiar la cara de los acontecimientos.
La providencial gestión del aragonés Luis de Santángel con la reina católica en pro del desventurado marino, cuando éste había salido ya de la corte y se encontraba camino de Córdoba, fue decisiva en el radical cambio de la situación. A ello hay que sumar la iniciativa personal del rey Fernando, a quien en última instancia, decide encomendar el asunto, no a una comisión especial, sino a dos personas exclusivamente: fray Hernando de Talavera y fray Diego de Deza.
Colofón de estas conversaciones con la reina y el rey fue la vuelta del navegante al campamento de Santa Fe. Colón se hallaba ya a dos leguas de Granada y hasta allí fue enviado el aguacil de la corte para hacerlo tornar, desde Pinos Puente.
Una vez de nuevo en la corte se ordena al secretario del rey, Juan de Coloma, redacte las capitulaciones con Cristóbal Colón, en las que se recogerían las condiciones de unos y otros para llevar a cabo el proyecto colombino. La cual sería inscrita en el registro oficial de la cancillería de Aragón.